lunes, 16 de diciembre de 2013

Una historia como las de antes

El aliento de Dios empañaba los cristales de este tren. Mi pequeña maleta botaba a cada movimiento del tren, y no podía dormir. El cielo estaba de un gris blanquecino, amenazando con llover. Mi destino parecía no llegar nunca.
Los asientos, de madera, eran incómodos. Para más inconvenientes, estaba sola en ese apartado del vagón. A nadie parecía interesarle demasiado la ruta de este tren, haciendo que este viaje resultase de lo más monótono y aburrido, sin la oportunidad de inventar historias según el aspecto del resto de pasajeros. Intenté leer el libro de Agatha Christie que me había regalado mi madre para la ocasión. Trataba de un asesinato en un tren, y la ingeniosa deducción de Miss Marple de lo sucedido. El caso es que no prestaba atención a la lectura.
Aquella situación era totalmente embarazosa. Mi madre me enviaba a la mansión de un familiar (ni siquiera sé qué clase de parentesco tengo con ese individuo; algo lamentable, coincidiréis conmigo) para que, según sus palabras, 'respire algo de aire fresco.' ¿Aire fresco? ¡Pero si yo sólo quería volver a mi querida ciudad, donde vendían croissants en la calle, donde la gente lucía corteses sonrisas! Al campo sólo van los conejos.
Analicé la situación, y a menos de que cayera por alguna madriguera hacia otro mundo o atravesara un armario lleno de pieles para hablar con leones, este verano sería fatídico.
Llegué, finalmente, a mi parada. Desierta, como suponía. Nadie había ido a buscarme, ni siquiera un mísero criado que me indicase el camino. Nada. Sólo el suelo medianamente pavimentado y todo lleno de polvo y arena de los caminos. Bajé del andén con mi modesta maleta y con toda la dignidad que fui capaz, me caí al suelo. Me levanté como pude y busqué ayuda en ese páramo desolado.
Anduve por quince minutos aproximadamente, cuando ya me dolían los pies (jamás pensé que me haría falta hacer ejercicio algún día) y divisé una choza. Llamé a la puerta.
-¿Quién anda?-se oyó una voz desde el interior.
-Me llamo Marie, y acabo de llegar a este... eh... (¿cómo llamar un sitio donde sólo hay cuatro ''casas''?) sitio, pero nadie ha venido a buscarme.
Una señora llena de harina y con un moño y delantal abrió la puerta, causando un golpe de aire.
Bonjour, querida! Siento no haber podido abrir la puerta en cuanto llamasteis, últimamente hay mucho gamberro por aquí. ¿Estás perdida? No te preocupes, te ayudaré. Pasa, pasa, no te quedes allí.
Entré (con todas mis reservas) a esa modesta casa. La verdad era que estaba decorada bastante cálidamente. Había una chimenea donde chispeaba un gran fuego, y las paredes estaban hechas de madera oscura y acogedora. Habían algunos muebles sencillos, pero suficientes para vivir con comodidad.
-Siéntate, hija. Enseguida voy al pueblo a preguntar si alguien ha perdido una chica tan mona como tú.-dijo con una sonrisa.
Respondí con otra sonrisa, y ella se fue, cerrando la puerta. Me quedé allí, sentada en un sillón (donde me iba hundiendo más y más).
El ruido del fuego, el cansancio del viaje y  la caminata me fueron durmiendo poco a poco, entrando en un sueño profundo.

Continuará