lunes, 7 de octubre de 2013

El Viejo Camino

Los pájaros volaban rompiendo el cielo a pedazos. Iba yo, caminando entre ellos, en el suelo, en la Tierra. ¿Era ésta la realidad o sólo mi imaginación? Los pájaros ya no estaban. Me habían abandonado. Los pájaros no suelen ser los mejores amigos. Se van cuando los necesitas, y nunca sabes si vuelven o no, si siguen allí o no. Yo una vez tuve un amigo-pájaro, me contaba historias sobre planetas que no conocía. Él ya se fue hace mucho, quizás encontró ese nido que siempre andaba buscando, no sé.
Mis pies por aquel entonces estaban llenos de cortes y arena; había perdido mis zapatos, pero no sabía cuándo ni cómo, no lo recordaba. 
Debes saber que no tenía brújula; si no no estaría perdida. Es pura lógica. Ah, brújulas, grandes inventos. ¡Si supieras a cuántas personas salvaron esas pequeñas cajitas doradas...! Pero yo no tenía, como dije. Perdida estaba yo, en medio  ¿de qué?, un desierto o algo parecido. Pero era hierba y no arena, y no me quemaba los pies. Sólo había este viejo camino, mi andar y pájaros que ya no estaban. 
¿Que por qué caminaba? No lo sabía, ¿acaso no es obvio? Estaba perdida. No iba a quedarme allí sentada contemplando un cielo demasiado limpio para mi gusto. Es aburrido. Y no estaba cansada.
Llegué a un pueblo. Sí, así de repente. No preguntes. Apareció en mis narices, miré a mi alrededor y estaba caminando por la Plaza Mayor de un pueblo, en medio de la nada. No me acuerdo de su nombre, era algo corto y raro, qué se yo.
Me alojé en ese pueblo para pasar la noche. Cuando desperté por el hambre, miré a mi alrededor y estaba tendida en la hierba, apoyada a un árbol, con abejas rezumbando a mi alrededor. Odio las abejas. No quedaba rastro del pueblo, ni su gente ni nada de nada. Había desaparecido tal y como había llegado. No me dio tiempo ni a pagar la noche.
Por eso si quieres salir a pasear, hija, no te dejes la bendita brújula. ¿No querrías encontrarte con el Viejo Camino, a que no? Mejor vuelve a casa. Voy a preparar pastel.

Inmortal

Escuchando notas de piano frías y sin corazón,
veía las estrellas caer
y morir.
Ser inmortal es esto;
ver estrellas que brillaron miles de años,
caer y estrellarse y morir.
Yo también deseo morir y descansar al fin.
Pero ser inmortal no es un regalo,
no es nada,
es sólo ver algo que nadie más ve,
es escuchar esa voz angelical perderse entre las brumas de los recuerdos,
ver cómo marchitan sus ojos,
cómo sus dedos ya no pueden hacer música como antes.
Mientras mi espejo me traiciona,
quizás mis palabras mueran y se pierdan.
Será otra forma de morir.