domingo, 28 de abril de 2013

Sólo quiero dejar de escribir "poemas" tristes llenos de muerte en un blog que nadie lee. A ver si maduras ya, V. Esto que publicas son solo notas para tí misma. Has encontrado esto de nuevo por casualidad; ¿vas a obsesionarte otra vez a combinar palabras que tienen gusto de plumas arrancadas a ver qué describen, como ahora, o VAS A SALIR ALLÍ FUERA A VIVIR LA ESTÚPIDA VIDA FELIZ DE LA QUE TODOS HABLAN?
COBARDE.
Sí, yo a veces odio mi subconciente. Allí tenéis, queridos lectores inexistentes, una prueba y un buen ejemplo.
Básicamente tiene razón.
A veces siento que este blog es mi psicólogo.
Anda, me cayo ya, y dejo de escribir chorradas. 
A veces, lo más fácil es dejar de luchar
y dejar de respirar
para poder al fin dejar los sueños atrás
que consumen y devoran.
A veces, la vida no tiene un destino.
Nada por lo que luchar.
Sí, sé qué piensas:
otra vez un poema de vidas desbaratadas
y muerte.
No pienses.
Éste es sincero, único en su espécie.
Te diré algo:
lucha
por los que se han rendido
sé valiente
por los que no han podido serlo
y vive
por aquellos que no tuvieron esperanza

Frío

La chica cogió bien su báculo, resbaladizo a causa del sudor de sus manos.
Miró alrededor. Estaba todo oscuro, y la lámpara titilaba mientras se balanceaba de un lado a otro. El traqueteo del tren le ponía nerviosa, y respiró profundamente tratando de calmar sus nervios.
Ellos podían salir de cualquier parte.
Oyó un susurro detrás de ella. Se giró y, sin darse tiempo a mirar qué había allí, atravesó el cuerpo del Sombra, que lanzó un chillido y se desvaneció, dejando marcas como tinta china en sus manos.
La chica continuó caminando por los pasillos vacíos.
Su trabajo era eliminar las Sombras para que no invadieran la ciudad; ella era la única que podía hacerlo.
Un Sombra le calló encima desde el techo. Sintió sus dientes de hielo en su mejilla, peró no gritó. No chilló. Movió el báculo con un ágil movimiento de muñeca, y le cortó la forma oscura que representaba la cabeza.
La sangre se deslizaba por su cuello, pero no tenía tiempo para limpiarse. Un ruido hizo que se sobresaltara; se suponía que no había nadie más allí.
Empezó a correr. Su instinto pedía a gritos salir de ese lugar de terror, pero no podía. Si se iba, si abandonaba, no sólo iban a morir personas, si no que miles serían esclavizadas y torturadas por esas infames criaturas.
El ruido se acercaba, pero no podía indentificar qué era. Preparó su báculo para cualquier ataque posible. Ella no veía nada a su alrededor, pero sabía que no podía fiarse de sus sentidos.
Fue entonces cuando tropezó y se calló. A pesar de haber sido entrenada para ello, se había caído. Perdió el báculo de entre sus manos. Pudo ver cómo caía y cómo se rompía, apagándose su tibia luz y su esperanza.
Algo frío le cogió del tobillo. Cerró los ojos, y sus oídos captaron el espeso silencio que le cubría.
Sabía que ese momento llegaría, pero no así de repente. No así de pronto.